Ya eran varios los encuentros que había tenido con este grupo y, aunque el cambio  era una constante, también había otras cosas que permanecían iguales. Una de ellas era el discurso de Martina, sus palabras entonaban una melodía predecible y repetitiva: 

“La actitud de mi esposo está llegando a un límite. Quisiera que lográramos un acuerdo económico en el que yo supiera con qué cantidad cuento al mes para mi SDS. (Solo Dios Sabe en qué me lo voy a gastar). Hoy le pedí un cheque para pagar mis sesiones de grupo y me contestó que dejara de gastar el dinero en tonterías. Pero lo peor del caso es que tampoco le parece muy buena idea que busque un trabajo. Su control me está matando”.

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Aquel que no comprende, no perdona; y aquel que no se comprende, no se perdona”. –Dr. Alfonso Ruiz Soto.

Alexa llegó al grupo con ganas de hablar, sin embargo, desplazó sobre algo insignificante lo que verdaderamente la aquejaba: “Necesito ponerle límites a mi hijo con más fuerza, no me parece que a sus 17 años deje de cumplir sus acuerdos conmigo. Ayer prometió llegar a las nueve de la noche y se apareció una hora más tarde. No sé si me agarró de malas por la discusión que tuve con su papá un poco antes, pero sentí que lo mejor era castigarlo”.

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“Los falsos deseos provienen del Imaginario, los deseos genuinos provienen del amor”. –Dr. Alfonso Ruiz Soto.

No puedo decir que después de varios años de escuchar a mis pacientes, las palabras de Martín me sorprendieron: “Siempre pensé que lo único que me faltaba en la vida para ser feliz era terminar de pagar la casa que con tanto esfuerzo construí. Hoy que la tengo, lejos de disfrutarla, me deja un confuso sentimiento de insatisfacción. Quien mire las formas diría que tengo la vida perfecta: amor, salud y dinero, sin embargo y por extraño que suene, en el fondo, cuanto más tengo, más vacío me siento”.

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Ernesto, un hombre de 63 años, justo antes de entrar a nuestra reunión semanal recibió la llamada de su pareja. Después de un rato de hablar con ella, se integró al encuentro: “Perdón por el retraso, no hay novedades, ¡claro que volvimos a discutir, pero esta vez le dije que hasta aquí llegamos! Otra vez insiste en que lleva horas buscándome y que yo no le contesto sus mensajes”.

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El grupo escuchaba la molestia de Daniela, sabiendo que ella tenía las mejores razones para sentirse así: “La sesión pasada al salir de aquí, mientras subía a mi coche, vi como algunos de ustedes se quedaron hablando de mí en la calle. No puedo decir exactamente de qué, pero estoy segura que les molesta el que yo sea tan callada en los encuentros. No sé por qué la gente siempre habla de mí a mis espaldas, no entiendo por qué no me dicen las cosas de frente. ¡Me molesta la hipocresía y la falta de honestidad!”.

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“El grito más desesperado de la Huella de Abandono es: «necesito a alguien que me necesite»”. –Dr. Alfonso Ruiz Soto.

El grupo experimentaba una sensación de preocupación y frustración al escuchar las palabras de Andrea: “Ayer cumplí 15 años de matrimonio con mi esposo. Otro pretexto más para que acabara tan alcoholizado como siempre. Me siento desesperada porque el tiempo pasa y no veo que cambie. Dejó de ir a sus reuniones en AA porque me dijo que ya no las necesitaba, que ya había entendido que el alcohol le hacía daño. Ocasionalmente se tomaba una copa de vino, pero sin darme cuenta, otra vez, se me salió de las manos, ¡ya volvió a caer en lo mismo!”.

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La confesión de Fernanda fue algo que el grupo nunca pensó escuchar: “Ustedes han sido testigos de lo mucho que deseé ser mamá, tanto tiempo intentando quedar embarazada sin poder lograrlo y de pronto sucedió. Es duro decirlo, pero estos siete meses, desde que nació la niña, han sido los días más tristes de mi vida. ¡No puedo más! Nunca me imaginé que esto era la maternidad, suena horrible, pero de ninguna manera puedo sentir que amo a mi hija. Cada vez que la miro me da la sensación de que no me necesita y entonces me recrimino por haberla tenido. ¡Descubrirme en un callejón sin salida me tiene desesperada!, no sé cómo lograré vivir mi vida así”.

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Mercedes prefería observar y escuchar al grupo antes que exponerse a sí misma, pero esta vez su necesidad de hablar fue más fuerte: “Estoy confundida. Llevo ya meses sintiéndome mal, de pronto me vinieron unos dolores muy fuertes en el vientre y pensé que podía ser colitis. La semana pasada fui al doctor y me pidió unos análisis. Ayer me los entregaron y resulta que tengo una infección genital que, según el médico, solo puede trasmitirse por vía sexual. Hablé con mi esposo, porque eso quiere decir que él es el único que pudo haberme infectado. Le pareció de lo más extraño y me aseguró que él no tiene ningún síntoma; ya no supe ni qué pensar. ¿Será que el doctor se equivocó?, ¿habrá otras maneras en las que me pude haber contagiado?”.

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A medida que Carmen hablaba el grupo se acercaba a ella: “Todos los días cuando me baño espero a que el vapor empañe el vidrio para escribir su nombre. Esos instantes en que veo la puerta de mi regadera con la palabra Tomás me hacen sentir que él está vivo y que me grita ‘mamá’. Pero cuando el vapor desvanece lo escrito, vuelvo a revivir la pérdida, simplemente observo cómo va desapareciendo su nombre frente a mí y el dolor crece nuevamente. Ya hace tiempo que mi pequeño Tomás se fue y todavía no sé de dónde he sacado las fuerzas para seguir adelante”.

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Isabel esperaba el momento indicado para decirle al grupo lo que le había ocurrido la sesión pasada: “Tengo que confesar que en el último encuentro me fui de aquí sintiéndome muy arrepentida por lo que compartí con ustedes. No puedo creer que me atreví a decir lo que dije. Siempre me repito a mí misma que «calladita me veo más bonita». Sin duda esta vez, hablé de más”.

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Amanda prefirió esperar unos segundos antes de ser la primera en romper el silencio: “Ya me cansé, no puedo seguir viviendo con un hombre así de egoísta. ¿Por qué será tan difícil para él tomarme en cuenta? Apenas ayer supe que pasaremos las fiestas de fin de año en un viaje con su familia; ya compró boletos, armó el itinerario y a mí ni me preguntó si estaba de acuerdo. ¡El coraje que siento me está matando!”.

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Sofía llegó al encuentro y sin percatarse envolvió sus palabras con un aire triunfal. “Me parece tan triste ver en lo que se ha transformado la vida de mi hermana, literalmente se ha convertido en la sombra de su esposo. No trabaja y no hace nada de su vida, todo el día está con sus hijos, obsesionada con educarlos y francamente no sé si le funcionan sus estrategias. Pero además, ¡yo no podría ser una mantenida, de verdad, no sé cómo lo tolera! Pobre, no me puedo ni imaginar lo vacía que debe sentirse. ¿No estará deprimida?”.

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“¡La cosa está que arde!” Dijo Verónica buscando complicidad con el grupo. “¿Se acuerdan que les platiqué de mi cliente, el hombre alto y atractivo al que le mostré un departamento?, pues finalmente se decidió a comprarlo, así que le llevé los papeles que tenía que firmar. Generalmente todo lo veíamos a través de su secretaria, pero esta vez me citó en su casa.

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En el grupo se rompió el silencio con las palabras de Sandra: “Yo pensé que él, algún día, iba a desear formar una familia tanto como lo he deseado yo. Estaba segura que con el tiempo lo haría cambiar de opinión, que lograría convencerlo de ser papá. Hoy me doy cuenta que la persona con la que yo me comprometí, no es real, porque no corresponde a la ilusión que yo quise formarme de él”.

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Sin mayor preámbulo, Gloria se dirigió al grupo para compartirles que después de algunos meses, había vuelto a ver a su exesposo: “No puedo creer que después de tanto tiempo de habernos separado, se me removió de nuevo el pasado. ¡Me vi a mí misma como un cangrejo caminando hacia atrás! A estas alturas, yo ya no debería sentir esta tristeza”.

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Conforme la sesión avanzaba, Martha buscó el momento adecuado para hablar del sentimiento de culpa que la había acompañado durante años: “Ver a mi hermana tan deprimida me hace pensar que toda la envidia y todo lo malo que le deseé cuando éramos niñas, se convirtió en realidad… así que no puedo evitar sentirme terriblemente culpable”.

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autosabotaje

Habían transcurrido doce minutos del inicio de la sesión cuando el último participante entró a la sala. Alma llegó al grupo exigiendo absoluta atención ante lo que estaba a punto de compartir: -¡Quiero el divorcio!, dijo con gran desesperación. Ya no toleraba seguir viviendo a lado de un hombre que se había convertido en lo que a su juicio llamaba, un “fantasma”.

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