El respeto irrestricto a la diferencia.
«Yo te invito a ejercer la conciencia autocrítica y a que te cuestiones genuinamente tu nivel de tolerancia. Pregúntate si eres capaz de escuchar al otro y de respetar sus puntos de vista, no de suscribirlos, sino de respetarlos, sin incurrir en ningún tipo de violencia verbal, física o psicológica, sin tacharlos de corruptos, fascistas, ignorantes, resentidos, burgueses o terroristas. Pregúntate si eres capaz de dialogar con la diferencia, sin enojarte, sin insultar, sin perder tu lucidez ni tu paz interna. Pregúntate si en tus discusiones hay un trasfondo de rabia que ya no te deja pensar, ni escuchar, ni mucho menos aceptar algún punto de vista ajeno, uno que te permita contrastar o matizar tus propios puntos vista y enriquecerlos».

Ha sido muy interesante realizar un sondeo semiológico durante las últimas semanas para ver quiénes están abiertos a ponderar reflexiones y posibilidades políticas distintas a las suyas; y quiénes se han cerrado al punto de no aceptar otra alternativa que sus propias expectativas.

Los resultados han sido reveladores.

He enviado encuestas cruzadas y diversos estímulos de comunicación con temas relevantes a las próximas elecciones, desde videos, memes, entrevistas y declaraciones, hasta caricaturas o artículos periodísticos a simpatizantes o correligionarios de distintos partidos políticos y al público en general, de manera aleatoria.

La conclusión ha sido impactante.

Por fortuna, ha habido personas que respondieron a estos estímulos de comunicación de una manera ecuánime, razonada, respetuosa y bien informada, matizando los puntos de vista y aportando observaciones interesantes e incluso humorísticas.

Pero la inmensa mayoría, de muy distintos perfiles socioculturales, se niegan a ver otras posibilidades distintas a sus propias expectativas, según ellos mismos lo expresan en diversos grados de molestia, indignación o violencia verbal.

Casi nadie quiere otorgar posibilidades de éxito a los demás partidos. Casi nadie responde de manera mesurada y analítica. Las respuestas son viscerales, a bote pronto y cargadas de emociones negativas y juicios lapidarios y adversos a todo lo que no sea su propia visión.

Esto es semiológicamente muy interesante. Tiene sus muy profundas y muy válidas razones arraigadas en el Imaginario Personal. Pero sociológicamente resulta muy peligroso.

En semejante clima de intolerancia, gane quien gane, existe el riesgo de un estallido social donde puede no respetarse el resultado de la votación ni, naturalmente, la investidura presidencial. Esto podría traducirse a su vez en un clima de violencia e incertidumbre que perjudicaría gravemente a México.

Todos los partidos políticos, todos, tienen luces y sombras, pero todos ven solo las luces de su propio partido y las sombras de los demás, asumiendo una visión distorsionada y simplista de la muy compleja realidad nacional.

Un voto en conciencia, es decir, en uso del libre albedrío, reclama tanto el ejercicio de la conciencia crítica, como de la conciencia autocrítica. Eso está resultando en un porcentaje bajísimo de personas dispuestas a reflexionar con la mayor objetividad posible, de una manera razonable, sobre los distintos horizontes.

Pero lo razonable se vuelve utópico cuando surge el fanatismo. Una visión ciega donde no veo, no quiero ver más posibilidades de las que yo quiero que ocurran, por las razones que sean: deseos de un cambio genuino, resentimiento, esperanza de un México mejor sin corrupción ni abusos de poder, más justo y libre, sin violencia. O también, por razones de odio, frustración personal, ingenuidad política, convicciones ideológicas, miedo, intereses personales inconfesables o cualquier otra. Las razones pueden ser muchas y muy comprensibles. Adelante con las motivaciones personales, cada quién tendrá su perspectiva personalísima. ¡Que ejerza su voto en plena libertad y frente a su propia conciencia! ¡Magnífico!

No obstante, cuando no puedo reconocer como algo válido cualquier otra posibilidad o alternativa, cuando no escucho razones diferentes a mis propias razones, entonces no estoy escuchando, solo estoy oyendo, pero no escucho. Oír es una función fisiológica que entraña la capacidad para percibir sonidos. Mientras que escuchar es una función psicológica que entraña la capacidad para percibir significados. O sea, escuchar es conceder la posibilidad de que el otro tenga razón. Entonces escucho, pondero y decido.

Ahora bien, cuando surge el fanatismo, que es el apego radical a mis propios puntos de vista, entonces ya no escucho razones, simplemente discuto, agredo, insulto, descalifico. Y el fanatismo, hay que recordarlo, es la raíz profunda de la violencia. Donde hay fanatismo ya no se escuchan razones. Y donde no hay razones, hay violencia. Estamos en la antesala.

Al parecer, según mi modesto pero significativo muestrario de aproximadamente 315 personas, con encuestas cruzadas y estímulos de videos, memes, entrevistas o declaraciones que marcaban las diversas tendencias a favor de cualquiera de los candidatos, estamos en un clima radicalizado por el fanatismo, que resulta un mal presagio para nuestra próximas elecciones.

Mi llamado es un llamado a la cordura, al ejercicio del libre albedrío por el bien de México, al respeto irrestricto de cualquier candidato que resulte electo, a la defensa de la paz social, del voto libre y de la democracia.

En síntesis, mi llamado es un llamado al pleno ejercicio de la tolerancia. Entendiendo por tolerancia, la convivencia armónica de las diferencias. No a pesar de las diferencias, sin la convivencia armónica de las diferencias mismas. Una convivencia plural, donde nos nutrimos los unos a los otros con la diferencia. La fiesta de la tolerancia es la celebración de lo diverso.

Yo te invito a ejercer la conciencia autocrítica y a que te cuestiones genuinamente tu nivel de tolerancia. Pregúntate si eres capaz de escuchar al otro y de respetar sus puntos de vista, no de suscribirlos, sino de respetarlos, sin incurrir en ningún tipo de violencia verbal, física o psicológica, sin tacharlos de corruptos, fascistas, ignorantes, resentidos, burgueses o terroristas. Pregúntate si eres capaz de dialogar con la diferencia, sin enojarte, sin insultar, sin perder tu lucidez ni tu paz interna. Pregúntate si en tus discusiones hay un trasfondo de rabia que ya no te deja pensar, ni escuchar, ni mucho menos aceptar algún punto de vista ajeno, uno que te permita contrastar o matizar tus propios puntos vista y enriquecerlos.

Por último, pregúntate si tu posición partidista te ha llevado a fricciones o incluso a conflictos profundos con personas emocionalmente significativas para ti: tu pareja, tus hijos, tus padres, tus hermanos, tus colaboradores, tus amigos o tus conocidos.

Si así fuera, ya estás ejerciendo la intolerancia y la violencia, fracturando tus vínculos afectivos y contribuyendo al deterioro aún más profundo del tejido social.

Este punto es crucial: cada individuo es el único responsable de preservar su paz interna y, en consecuencia, de contribuir a la estabilidad social. Nadie, en su sano juicio, quiere la violencia. Todos queremos la paz. Pero la paz no es pasividad. La paz es participativa. Es un acto creativo de la conciencia capaz de percibirse a sí misma y dar un cauce armónico y sereno a los impulsos bélicos. Por lo regular, para que se dé un acto de violencia, tiene que haber un cerebro que la concibe, un corazón que la asume y una mano que la ejecuta. Tú eres el único responsable de tus actos violentos. Y la violencia no resuelve nada, todo lo empeora. La única alternativa es el diálogo empático, que entraña escuchar al otro y comprender sus razones. Respetarlo para exigir respeto.

Aquí sería interesante evocar esta reflexión del escritor de izquierda y premio Nobel de literatura José Saramago, que señaló:

“He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.

Esto entraña el más profundo respeto por la libertad de todos. Lo cual implica una gran calidad humana y un nivel de conciencia que, estoy seguro, la mayoría de nosotros podemos alcanzar, si genuinamente nos lo proponemos.

Esto no quiere decir que entonces te sientas ajeno a lo que pasa. Simplemente expresa tus razones con serenidad, sin fanatismos, sin dogmatismos y sin proselitismos. Escucha los distintos puntos de vista, reflexiona, matiza tus convicciones, configura tu criterio de una manera bien informada y vota, según tu conciencia, por la que consideres la mejor opción para México, a sabiendas de que nadie posee la verdad absoluta, contribuyendo a que el proceso electoral sea una jornada jurídicamente limpia, pacífica y respetuosa.

Finalmente, te invito a que preservemos la paz social como nuestro mayor baluarte. Pero esto solo será posible si tú asumes la responsabilidad de tu propia paz interna, sustentada en tu sistema de pensamientos, creencias y valores. Es decir, en tu actitud.

Recuerda la muy valiosa reflexión que nos regaló Dostoievsky en su Diario:

“Todos somos responsables de todo, ante todos los demás”.

Todos seremos responsables de lo que ocurra en nuestro ya inminente proceso electoral. Ya lo estamos siendo.

Gracias por tus comentarios y observaciones con respecto a los diversos estímulos de comunicación que he estado enviando durante las últimas semanas, mismos que, naturalmente, tenían que enviarse sin la menor advertencia al respecto para que la respuesta fuera lo más espontánea posible. Simplemente crucé información que ya circulaba en las redes.

Espero que esta somera reflexión pueda contribuir para preservar la estabilidad social en este momento crucial de nuestra historia. Es solo un granito de arena que quiere invitar a la reflexión sobre el respeto irrestricto a la diferencia. Creo que todos los mexicanos, de buena voluntad, podemos coincidir en este punto. Un brote de esperanza para no arrasar con este hermoso país. Si cada quien cumple con lo suyo, con su propia paz, nuestra relativa, pero muy valiosa estabilidad social, se preservará. Todos queremos un México mejor.

Gracias por tu paciente y empática escucha.

Abrazo enorme.


Dr. Alfonso Ruiz Soto.
Fundador.
Semiología de la Vida Cotidiana.


Ruta de salida de un laberinto histórico.
«Este punto es crucial: no estamos invitando a la pasividad ni a la resignación, sino a hacer valer, por vías legales, la voluntad de la mayoría, con acciones ciudadanas claras y contundentes, pero nunca con violencia de ningún tipo, ni afectando derechos ajenos. Esto perjudicaría a todos».

Comprendo perfectamente la indignación y frustración de muchos mexicanos. La injusticia, la corrupción, la desigualdad y los abusos de poder, son carencias que hemos padecido históricamente y es indispensable resolverlas. Pero resolverlas, no complicarlas ni agravarlas todavía más. No podemos cometer el error de precipitarnos en la violencia, que no va a resolver nada y nos hará retroceder dramáticamente. Si optamos por destruir para intentar resolver, tendríamos que volver a empezar desde una sociedad gravemente fracturada, herida en lo más profundo; y desde un país en ruinas institucionales, con una gran precariedad económica.

En consecuencia, nuestra labor ciudadana, que hasta tiempos recientes en nuestro país ha sido muy rala, indiferente y dispersa, debe consistir, desde mi punto de vista, en reorganizarse metódicamente –de una manera seria y estructurada–, para rescatar las instituciones nacionales, volverlas más justas, eficientes, confiables. Pero no en violentarlas y destruirlas, sería peor, sería simplemente dar salida irracional a un impulso emocional. Un acto irresponsable que afectaría a millones de personas y a generaciones futuras. Incurriríamos en lo mismo que estamos criticando. La invitación a la ciudadanía es a vigilar estrechamente el proceso electoral y a denunciar con toda energía, pero por cauces institucionales, cualquier irregularidad que se presente, para que el proceso electoral sea jurídicamente limpio. Por último, a aceptar y a respaldar, inicialmente, al próximo presidente electo dentro del marco legal establecido por nuestra Constitución, sea quien sea, y a participar activamente, de una manera decidida y organizada, en la transformación nacional. Esto sería responder de una manera madura y responsable, sin incurrir en la violencia ni en la destrucción.

Este punto es crucial: no estamos invitando a la pasividad ni a la resignación, sino a hacer valer, por vías legales, la voluntad de la mayoría, con acciones ciudadanas claras y contundentes, pero nunca con violencia de ningún tipo, ni afectando derechos ajenos. Esto perjudicaría a todos.

Consideramos que la respuesta histórica de fondo más viable, y a la que nosotros nos avocamos, radica en la educación. Un nuevo proceso educativo, orientado al desarrollo de la conciencia, sentaría las bases para este rescate. Toma su tiempo, lo sabemos de sobra nosotros que llevamos más de tres décadas en la labor. No obstante, pensamos que es el único cambio real, profundo y duradero. Lo único que genuinamente garantizará la estabilidad y la transformación social que urge para México y el mundo.

No es pertinente que después de tanto tiempo de negligencia política y social por parte de la ciudadanía –salvo las muy honrosas iniciativas de grupos y ciudadanos comprometidos con el bien común mediante una visión institucional, pacífica y sustentada en la razón–, ahora nos inclinemos por soluciones rápidas, violentas y precipitadas. La responsabilidad de esta situación crítica debemos asumirla de una manera integral. No es solo una responsabilidad de los políticos y sus partidos, sino también de nosotros los ciudadanos. Tenemos que encontrar la ruta de salida en este laberinto histórico de una manera conjunta y ampliamente consensuada. Esto requerirá tiempo y de la buena voluntad y el más alto nivel de conciencia de los mexicanos.

Recuerda la cita de Dostoievsky:

“Todos somos responsables de todo ante todos los demás”.

Estamos en esas.

Abrazo solidario.


Dr. Alfonso Ruiz Soto.
Fundador.
Semiología de la Vida Cotidiana.

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